Caminando por las calles de Cherán |
Comenzando con el Stop motion |
Meditando |
Ensayo! |
Practicando la canción con Gabo |
El estribillo |
Círculo con el Nano |
Por la mañana la casa estaba a reventar. Los niños del aula de kinder con la que compartimos casa, por
un lado y por el otro, en el jardín de la
casa, el equipo de guías recortando, pegando,
componiendo canciones - guitarra en mano -, escribiendo guiones. En el fondo un
reproductor tocando música latinoamericana, desde
trova cubana hasta argentina contemporánea.
Somos una muestra activa desde México
hasta eso que los que no conocen, llaman el Cono Sur ¡Si supieran que allí se
vuelve a abrir el mundo!
Aquello era un paraíso de creación
multicolor. Una hamaca en blancos y violeta, que se vino de polizón con
nosotros desde Quintana Roo, cuelga de la estructura de los columpios en el
jardín, con Sami de pasajero. Me acerco. Me da una monedas
para el Ciber, parte de nuestra fortuna restante-. Salgo a la calle. Nos veríamos en la escuela esa tarde.
Lo que había escrito temprano en el comedor comunal al desayuno,
junto con las fotos que edité en el Ciber, subieron
a esta nube virtual que nada tiene que ver con las que cobijan el sueño de los bosques que rodean la casa en las faldas del
cerro de San Miguel. Los demás verían lo virtual. Me sorprendió a frase, pero era cierta.
Eran las tres de la tarde. Don
Enedino esperaba con los niños de la escuela Lázaro Cárdenas que el dirigía, en el patio de la escuela Casimiro Leco, nuestra
sede de teatro. No alcancé a llegar más temprano para jugar con los primeros niños al “zorro astuto” como
los días anteriores. Enedino se ocupaba personalmente de los
asuntos de sus alumnos dentro y fuera de la escuela. Era él quien había traído al grupo vespertino el primer día del taller. Me había
advertido también sobre lo difícil que
podría ser el grupo por las condiciones familiares en las
que vivían - incluyendo a “los
dejados” -.
Me encantó decirle que su grupo estaba ya integrado y trabajando
muy bien, salvo José cuyo enojo podría requerir ayuda de un psicólogo. Le agradecí que
fuera él nuevamente, quien de todos los directivos y
maestros, junto con las visitas frecuentes de Don Trini - nuestro K’eri (tata o abuelito miembro del Consejo Mayor
del pueblo) anfitrión que ha organizado todo - ,
mostrara interés. A Enedino le importaban estos chicos como alumnos y
como personas. Les daba a algunos la atención que
no tenían en casa. Sería él también quien
calmaría la curiosidad vuelta inquietud en aumento, de las
madres y familiares de los niños, por saber qué hacían y por qué salían cerca de las ocho de la
noche del taller. Habíamos pedido a los niños mantener en casa bajo un manto secreto, lo que
preparaban. Era primero importante que el niño fuera
él o ella misma, libre de la tutela de padre y familia
en el taller esos días, y en segundo lugar,
garantizar la sorpresa con la obra en la audiencia que la vería.
Para cuando todos los demás guías y niños estaban dentro del salón, Nano pidió a los
niños repetir su propia organización del día
anterior, sin guías adultos de por medio. Los
niños armaron su círculo
de inicio. Los mayores asumieron su rol de guías
y separaron a los que se distraían en juego de pares. El
murmullo del salón cesó. Enedino se fue contento.
Tras el círculo salimos en grupos pequeños al patio, para continuar los ensayos. Escenografía se quedó en el
salón. Era el día de
cubrir con papel estraza las máscaras hechas de tela y yeso
el día anterior a la forma del rostro de los Ninjas. Para
adherir el papel usaron atole - la bebida caliente y espesa que se hace
con harina de maíz y leche como base y que se
consume en todo México -. Es un engrudo excelente,
fácil de aplicar con el dedo.
Sebastián, nuestro guía-videógrafo, nombró a
Alex, de doce años, su ayudante y le enseñó a filmar una animación
en stop-motion hecha con recortes de los dibujos de los niños de días
anteriores. Se utilizaría para abrir la obra y para
el vídeo de Cherán.
Afuera ensayamos con guiones en
mano. Los que habíamos escrito e impreso por la
mañana.
De regreso de recreo los niños hicieron un círculo
de meditación y se acostaron en el piso. Nadine, guía y amiga, la condujo. Más
de un par de niños se durmieron por unos minutos durante la sesión. Conté en el
circulo unos diez niños menos que el día anterior. Cerca de treinta y ocho. Había empezado el mundial de fútbol. Estarían
algunos en su primera falta, otros en su segunda definitiva para salir del
taller; participar no cuesta nada, pero quedarse requiere disciplina y
asistencia. Los niños entienden en el taller que
su rol forma parte de un equipo de otros niños que
los necesitan como personas y para ejecutar sus personajes en la obra.
Benito, el mayor del grupo, llegó tarde y se fue. Informó de
su decisión a Nano de mejor ver jugar a Brasil en el mundial que
estar en el taller. Nano le habló pausado
de las consecuencias. ninguno de nosotros queríamos
que se fuera, pero era su decisión y lo
hizo. Eligió
Brasil. Su madre eligió en cambio, apagarle el televisor en su tienda y lo
trajo de regreso. Es bueno tener un adulto a veces alrededor, siendo niño. Benito actuó todo
el día y olvidó su
pesar. No se si esto sea posible mañana con
el partido inaugural de México. El fútbol es un deber de carácter
nacional. Los que lo programan al aire y lo organizan, sin embargo, son un
negocio de carácter “empresarialmente muy
individual”
- un pleonasmo -. La combinación suele ser una herramienta política, un velo de invisibilidad y una cortina de humo
en cuanto a despertar conciencias se refiere.
Tras la meditación, armamos un nuevo grupo para ensayar una nueva
escena de la obra. Seleccioné a los mejores zombies,
4 niños - Iván, Adán, José y Alex -, y a Tsitsiki, una de las niñas más listas y echada para
delante. Haríamos un número de
Clown sobre la desinformación de en las cadenas de medios
comerciales. Todos saldrían con narices rojas. Los
senté en una banca en el patio. “Así como los acomodé, terminará la
obra” - les dije. “Esta
obra es sólo con el cuerpo. No tiene textos” agregué. Se sonrieron. Saqué el guión del bolsillo y lo
ensayamos. En diez minutos los chicos manejaban perfecto el sketch, que
resultaba divertido. El uso de máscaras
la tarde anterior había hecho su efecto.
Aprendieron a moverse lento y a usar sus gestos y yo pude referirme a ello para
mostrarles. Les encantó verse en fotos, actuando.
De regreso en el salón, Nano nombró a dos
chicos escenógrafos. Practicaron el movimiento de muebles y utilería que cada segmento de la obra necesitaría. Acto seguido presentamos por primera vez todas las
escenas de la obra completa, incluyendo el de zombies. Salió bastante bien. Todos pudimos sentir lo que sería la obra final. Nano ajustó detalles y repetimos con mejoras.
Al filo de las siete, el grupo se
puso a cantar la canción de la obra, con las nuevas
estrofas que había compuesto un inspirado Gabo
esa mañana en el jardín de la
casa. Disfruté
la canción.
Los niños que a estas alturas no querían cantar tuvieron la oportunidad de salirse del coro
a la invitación de Nano, que les reconoció el valor de aceptarlo públicamente.
Ellos ya no estarían en la escena de cierre.
Cantamos la canción una vez más y
cerramos con el círculo, para despedir a los
niños.
Me sentía bien, contento, en el cierre de guías que hacemos ya que salen los niños. El día
siguiente sería el último para ensayos
individuales. El sábado era el general.
Escenografía haría los vestidos de los que
actuarían de árboles.
Dejamos la escuela. Tomamos aire
en la plaza del pueblo. Mientras nos reuníamos
todos, el antojo del final de la tarde nos llevó al
puesto de la madre de Santiago, uno de los guías
locales estudiantes de la pedagógica nacional. Ella tiene el
mejor chilatole que he probado. Cremoso, verde, con granos de elote
dentro - como una sopa poblana - pero con yerba de anís dentro. Durante la espera también hubo postre: los amigos del puesto de buñuelos enviaron una prueba de lo que llaman “buñuelos remojados”. Rompen el buñuelo -
un fritura de masa de trigo en disco grande como una pizza, que lleva azúcar encima - en una olla de cobre (Michoacán tuvo artesanía en
cobre desde siempre en el pueblo de Santa Clara del Cobre) - y lo remojan en miel de piloncillo que
vierten en el momento, hasta resblanceder. Este postre se toma con “atole de blanco” - un
atole de maíz en agua y sin azúcar -.
Una delicia, más cuando hacía frío en la plaza.
La madre de Santiago se rehusó a cobrarnos el consumo como atención que le aceptamos de corazón. Así es la gente en Cherán.
Por la noche festejamos con unas
quesadillas al estilo Michoacán, por cena. El grupo estaba
relajado y de humor simple. Nos reímos de
un montón de tonterías.
De regreso en casa Sebastián nos deleitó con cine,
esta vez “Caótica Ana” de Julio Medem. La película
me encantó. Había mucho en mi cabeza al
ponerla en la almohada, pero la luna llena, grande y clara de esa noche, se lo
llevó todo.
Juan Ayza
....QUÉ PENA NO HAYA COMENTARIOS DE ESTA NOVELA DE LA VIDA REAL........FELICIDADES A ESTE GRUPO-EQUIPO DE ENTUSIASTAS PERSONAS Y QUE TENGO LA FORTUNA DE CONOCER Y UN POQUITO PERO SUSTANCIOSO TRABAJO PUDE DISFRUTAR.....UN ABRAZO SINCERO!!!!
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